El proero/a es una persona que tiene que combinar la agilidad de un mono con la fuerza de un elefante, debe
tener la vista de un gavilán, el oido de un ratón, la resistencia de
un bambú cortado en noche de luna, debe poseer el pescuezo de una
jirafa, para ver detrás de la vela de proa los barcos que navegan a
sotavento, y la capacidad de respirar bajo el agua.
Se prefieren los que tienen mucha espalda o aguante para que puedan
hacer de chivo expiatorio y que tengan cuatro o más brazos con sus
respectivas manos, estas, delicadas tipo partera para desatar los nudos
criminalmente hechos por los capitanes y/o sus inmediatos de media
cuchara.
Debe saber torcer el pescuezo por horas enteras, para cantar la proa,
debe tener el peso justo con la tolerancia de gramos que le permita
acostarse sobre herrajes y escotas, en ceñidas apretadas que nunca
terminan.
Solitario, en la proa de un barco a vela, poder, como un verdadero
ermitaño, dedicarse a sus propias ideas, deberá estar siempre listo
para ejecutar ciegamente toda orden que venga del cockpit, aunque sea
trabuchar seis veces en cinco minutos.
Solo puede fumar o alimentarse cuando hay viento de popa, pues de otra
forma el agua lo arrancaría de cubierta con sandwich y cigarrillos en
dos tiempos.
Es el sacrificado de las regatas victoriosas, pues por un incomprensible
motivo de economia, no recibe medallas, desapareciendo del palco,
luego de obtenida la victoria, con el esqueleto dolorido, los ojos
hinchados por el agua, la boca amarga, las manos rígidas de tanto
sostenerse, pero con el corazón palpitante pues... "ganamos".
Port Mieres, primavera de 1983.
viernes, 5 de septiembre de 2014
Suscribirse a:
Entradas (Atom)